Palabras de Emilia Pereyra
en la presentación de la novela El grito del tambor
Vivir todas las fases del prolongado y desafiante viaje que es crear, escribir y publicar una obra literaria es una
gran experiencia, que en este caso he
disfrutado plenamente y que esta noche se concreta con la puesta en circulación de la novela El grito del tambor en este bello edificio, colmado de resonancias históricas y enclavado en el perímetro que Ruth Herrera ha llamado “el cuadrante de
Drake”, pues justamente nos encontramos en uno de los espacios donde el cruel
corsario inglés se movilizaba, frente a
la Catedral de Santo Domingo, sitiada en enero del remoto 1586.
Respondí que el
tema me eligió y sucumbí a la seducción. Estaba lista para asumirlo. He dicho
que fue fascinante y a la vez retador escribir
esta obra. Fascinante, porque disfruté el proceso, y retador, porque era la primera vez que me aventuraba
con la historia.
Ese recorrido por los siglos XVII XVIII, a través del libro de Moya Pons, me condujo a un período anterior sumamente
interesante, al siglo XVI en nuestra
isla, y encontré detalles de la devastadora ocupación de Francis Drake. El acontecimiento me atrajo de inmediato, pues
percibí
que los conflictos, los sufrimientos y el contexto histórico, social y cultural conformaban una amalgama idónea para crear una novela que revelara el cosmos “globalizado”
del bien llamado “Siglo de Oro de las
Bellas Letras” y la crueldad como expresión de las confrontaciones imperiales y de las
ambiciones desbordadas.
Si bien había
que trabajar mucho y era una labor delicada y compleja, asumí el desafío con
espíritu explorador. Tuve que leer e
investigar con constancia y meticulosidad. Tenía que apropiarme del
espíritu de la época y, entre otras
cosas, dediqué tiempo de las mañanas
dominicales para recorrer nuestra
querida Ciudad Colonial. Me detenía
en los puntos que he llamado “los
sitios de Drake”, en los lugares en que
él había estado o se habían producido momentos difíciles o
culminantes. Así que muchas veces me vi sentada en la catedral, de pie ante la fortaleza, con la vista puesta en la ría Ozama,
en la empedrada calle Las Damas, en las iglesias atacadas, en la casa de Francisco Tostado y en otros lugares donde interactuaban el poderoso
villano declarado caballero, sus impiadosas huestes y las aterrorizadas víctimas. Luego, me sentaba a escribir y la prosa fluía
con facilidad. Una bendición.
De manera que durante varios años coexistí con el singular y amplio elenco de protagonistas y personajes
secundarios de la novela y, finalmente
en 2010, terminé de escribirla y la dejé
reposar. De vez en cuanto la releía y la editaba un poco. Cuando la concluí, celebré conmigo misma haberla creado y esta noche se refresca esa grata sensación de complacencia al comprobar que sale
de mis manos y empieza su propia
andadura, que espero sea larga y
venturosa.
Pero, volviendo a un punto anterior, ¿por qué no se me ocurrió escribir sobre un
tema contemporáneo a mí, sumergida como ustedes en este estresante entorno, dominado por las insólitas leyes de la
modernidad y los problemas? ¿Por qué
escribir ahora sobre astrolabios, antiguas cartas de navegación y cañonazos en esta actualidad regida por los GPS, los Ipads y black
berries, entre otros artilugios y conflictos de toda laya?
Mis obras anteriores reflejan aspectos del mundo
actual, en conflicto permanente, y
cuanto me dejé atrapar por el tema histórico ni siquiera pensé un momento en el
interés comercial que tienen este tipo de obras, que suelen figurar entre las
más vendidas, sobre todo en el extranjero, pues la comunidad de lectores se satisface al leer novelas sobre significativos hechos
del pasado, pues no sólo se deleita si no que también aprende y se documenta.
En realidad, han cambiado las circunstancias, y tenemos
a nuestro alcance extraordinarios recursos que crean la esplendente ilusión de que vivimos un mundo nuevo. No
obstante, una mirada atenta y reflexiva
al pasado nos revela que las historias se repiten una y otra vez con distintos
actores. Y hoy los corsarios y piratas no llegan en amenazadoras armadas y no desvalijan con la fuerza de los cañonazos. La
ambición, el dolo, el asalto, la barbarie
y la ignorancia siguen campeando y las
luchas, tanto domésticas como imperiales,
se manifiestan con la ferocidad de
siempre.
El lanzamiento de El
grito del tambor es cosecha de una siembra literaria que empezó
modestamente en Azua, mi querida tierra natal, cuando era adolescente,
y que aspiro abonar con mayor tenacidad, consciencia creadora y dedicación en los años por venir, si Dios me
concede salud, discernimiento, voluntad y más tiempo de vida.
Mi infinita gratitud a las personas que me han
apoyado, de alguna manera, en el
sorprendente camino de la vida. A mi familia, mi profundo
agradecimiento por su respaldo de siempre, especialmente a mi padre, don
Bolívar Pereyra, que me acompaña esta noche; a mi madre,
doña Minerva Pérez, que ya no está en
este plano físico, pero que siempre
estimuló mi vocación y de seguro siente mucho regocijo; a mi hijo Eduardo, por
su paciencia y comprensión y por
contribuir a la paz del hogar; a mi hermana Diliana y a mis
hermanos Hamlet e Israel; a mi inolvidable grupo literario de Azua, de mi etapa adolescente, con el que empecé a
compartir mi interés por la narrativa; y
a mi estimado amigo y compañero de labores Jesús Nova, por su colaboración
decidida para la realización de este acto.
Muchas gracias a los profesionales que prestaron sus voces y
talentos para la grabación de uno de los capítulos de la novela que nos
deleitará en breves momentos y a
cada uno de ustedes mi particular gratitud por compartir este momento estelar conmigo.
A todos mi exhortación para que sigamos trabajando por
un mundo más generoso.
28 de agosto, 2012.
Santo Domingo, Rep. Dominicana.
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